A partir de la lectura de los materiales recibidos, iba increscendo en mí la sensación de que los textos proponían una mirada que trasuntaba cierta fascinación con las herramientas de comunicación que ofrecía el curso. Hasta que visualicé el video de Hernán Casciari y puso en su boca buena parte de las ideas que me iban surgiendo con la lectura.
Acuerdo, y lo expresé en el texto anterior, que las llamadas nuevas tecnologías democratizan porque permiten a cada uno convertirse en emisor de un mensaje, ensanchan la libertad de expresión y evitan mediaciones. Pero al mismo tiempo, no creo que haya acto de comunicación por el sólo hecho de tener un blog o una cuenta en Twitter. Como dice Casciari, resulta elemental tener algo para decir. Y no sólo eso. Además, tiene que interesarle a alguien. Si no, no será un acto comunicativo, no pasará más allá de un mero acto onanista o catártico. No hay comunicación por el sólo hecho de subir una información o una opinión a la web, como no la había por el sólo hecho de lanzar una botella al mar con un mensaje dentro. La comunicación ocurre cuando otro lee (mira, escucha) ese mensaje. Y eso, por ahora, tampoco pueden garantizarlo estas nuevas herramientas.
Algo similar me ocurría con la fascinación con el concepto de instantaneidad que ofrecen estos dispositivos. ¿Es per se un valor positivo? Tal vez lo sea en algunos momentos –como el caso de los incendios de San Diego- pero no lo sea en otros. Esa obligación que nos impone la vitualidad del aquí y ahora, ¿no nos resta espacios para la reflexión y el pensamiento reposado y meditado? ¿Estamos en este curso más comunicados que si compartiéramos dos horas semanales en un aula? Tal vez sí para quién viva a 200 kilómetros de distancia y le resultaría imposible participar, pero tal vez no para quienes pudiéramos compartir un espacio con debate continuo, un café real en un descanso, una conversación informal en un pasillo.
